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Tres meses y un día es el tiempo que le queda a Donald Trump para convencer al electorado norteamericano y revalidar la presidencia de los Estados Unidos. El candidato republicano creía que los comicios del próximo 3 de noviembre iban a ser un camino de rosas, pero se ha equivocado. Dos virus pueden hacer tambalear su segundo mandato: uno sistémico en la sociedad norteamericana, el racismo, y otro global, la pandemia de la Covid-19, que en EEUU alcanza altísimas cifras de mortalidad.
La muerte del afroamericano George Floyd el pasado 25 de mayo a manos de la Policía en Minnesota dio lugar a un movimiento social con una fuerza inusitada que se extendió a todo el mundo y cristalizó en el nacimiento de la plataforma antirracista Black Lives Matter. La respuesta de Trump durante las multitudinarias manifestaciones y disturbios posteriores a la muerte de Floyd en redes sociales, «Law and order (Ley y orden)», fue tan criticada como ridiculizada. Primer error del presidente. Ni él ni su equipo han sabido calibrar el descontento social. Y la población de color supone el 13 por ciento de la sociedad norteamericana. Buena parte de los expertos en política no dudan en señalar que la baja participación de este colectivo en los comicios de 2016 aupó a Trump a la presidencia, cuando se daba por descontado que Hillary Clinton se convertiría en la primera mujer presidente de EE UU.
El abogado palmesano Josep Magraner, que reside desde hace dos años en Manhattan, señala que la desigualdad económica y la segmentación racial son característicos de la sociedad norteamericana. Y tras cuatro años de una política económica ultraliberal y nada intervencionista, la paz social se ha fracturado y la sociedad se ha polarizado en todos los ámbitos: «En los derechos civiles, la economía, la sanidad o las relaciones internacionales se topan dos posturas completamente irreconciliables. La tensión y enfrentamiento, incluso físico, entre demócratas y republicanos es constante», reconoce el mallorquín, que dirige una ONG que asesora y representa a inmigrantes indocumentados.
Esa misma opinión comparte Daniel Peixe, radicado en Los Ángeles y animador de personajes en Disney Animations desde 2009: «La sociedad norteamericana siempre ha estado dividida, y ahora es más evidente gracias a las redes sociales que dan voz a gente que quizás antes no tenía tanta exposición», asevera. Sobre la precampaña electoral, señala la sensación general de que mucha gente, incluidos los que apoyan a Trump, consideran que «el presidente no ha sabido llevar bien la crisis, y eso le ha quitado muchísimos puntos. Joe Biden, a pesar de ser la única alternativa del partido demócrata, también genera dudas por su edad. Y luego está la bizarra sorpresa del rapero Kanye West, que también está en la carrera electoral», recuerda.
La pandemia y el miedo
Con este panorama irrumpió en marzo, al igual que en el resto del mundo, la pandemia del coronavirus, al más puro estilo de Hollywood. Para las aspiraciones presidenciales de Trump, que ha basado toda su campaña electoral en su figura, su criticada gestión de la crisis sanitaria puede ser también su perdición. «He vivido el confinamiento con miedo, sobre todo al principio. Desde el momento en que el presidente Trump dio la orden de cerrar las fronteras, se empezaron a formar colas en tiendas para comprar armas. Primero pensé que quizás querían matar el virus a balazos. Después pensé que si apareces con un rifle en el hospital en medio de una pandemia, seguro que te atienden primero. Es un sinsentido pero aquí todo es posible. Y ahora sigue siendo todo un poco el wild wild west», dice la mallorquina Martina de Alba. Esta documentalista lleva doce años viviendo en Estados Unidos y en marzo enfermó de coronavirus, aunque no lo supo hasta mayo porque no había tests suficientes. Eso sí, la factura de 775 dólares le llegó a casa puntualmente.
Ahora arrecian las críticas a la Casa Blanca por la gestión de la pandemia. Estados Unidos es campeón en contagios con casi cuatro millones de personas infectadas y la triste cifra de 153.000 fallecidos. Solo hay que echar un vistazo a la forma de la curva del coronavirus para entender que algo ha fallado en ese país. Hay un pico inicial en marzo y abril. Igualmente, una bajada progresiva en mayo. Hasta aquí similar a la de todos los países. Pero de pronto, la tendencia se invirtió. Mientras en los demás países se mantenía bajo el ritmo de contagios, en EE UU comenzó a dispararse en la segunda mitad de junio y hasta hoy. Por eso, el presidente Trump ha lanzado un globo sonda esta semana mencionando la posibilidad de retrasar los comicios; una propuesta que debe pasar por el Congreso y no parece que vaya a tener el respaldo suficiente.
Josep Magraner recuerda que él y su marido se confinaron en casa pocos días después de que se decretara el confinamiento en España: «El ritmo de vida en la Gran Manzana suele ser muy intenso, por lo que pasar de mucho a nada en poco tiempo fue duro», recuerda. Y eso que las medidas de confinamiento en Nueva York, a pesar de ser de las más estrictas de todo el país, no llegaron a ser tan duras como en España. Por ejemplo, podían salir a correr o a pasear con la condición de llevar la nariz y boca cubiertas. «El presidente ha demostrado una absoluta falta de liderazgo, de unidad de criterio y acción. Además, se ha dedicado a desacreditar a las autoridades sanitarias y sus recomendaciones y no ha dotado de material suficiente a los sanitarios. Todo ha sido determinante para que la curva de contagios no se estabilice», finaliza.
«Trump sigue perdiendo el tiempo buscando culpables. Cuando no culpa a Obama, culpa a Europa, a China o a los latinos… Cualquier cosa antes de buscar una solución», lamenta Martina de Alba. «La empresa para la que trabajaba echó el cierre y me quedé sin cobertura sanitaria. El sistema médico en este país no está hecho para ayudar a la gente y con la pandemia ha quedado más claro. Es difícil vivir una situación como esta en un país donde se hace negocio con la salud de la gente, donde los seres humanos no importan, vale el dinero que tengas», que cruza los dedos para que no le pase nada. «Sale más barato volar a España e ir al médico allí», finaliza la mallorquina.
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