[ad_1]

Pero no nos adelantemos. Este filme independiente, basado en hechos reales y dirigido por el mexicano Alejandro Monteverde, cuenta la historia de un agente especial del Departamento de Seguridad Nacional estadounidense que convierte en su misión vital el rescatar a niños secuestrados y sometidos a explotación sexual. En concreto, narra una operación llevada a cabo en Colombia que implica el rescate de Rocío, una niña secuestrada en Honduras y víctima de la trata.

Fragmento del póster de la película 'Sound of Freedom'.


Fragmento del póster de la película ‘Sound of Freedom’.

Hasta aquí todo en orden. Pero entonces una empieza a leer lo que se ha escrito sobre la película y resulta difícil recoger la mandíbula del suelo.

Entre las muchas cosas que se han dicho y escrito está el cuestionamiento de por qué artistas de la talla de Sanz o Fonsi recomiendan su visionado, cuando se trata de una película de ultraderecha. De una película que tiene a Trump, QAnon y todos sus amigotes conspiranoicos como promotores y valedores.

Una relación que su director ha negado en repetidas ocasiones, pero qué más dará lo que diga. Se trata de una película propagandística, de una apología de las teorías de la conspiración. Una cinta de ideales conservadores.

Y por más que veo entrevistas y leo sobre mensajes subyacentes y escucho lo que tienen que decir sus defensores y detractores, no logro comprender el debate que se ha generado. Y que divide a la población entre aquellos que van a verla (conspiranoicos y ultraderechistas) y aquellos que no (defensores de la pedofilia).

No lo entiendo. De verdad que no.

Resulta que es una película sospechosa –y para qué vamos a negarlo, no apta– porque Trump no sólo la ha visto y alabado y recomendado, sino porque además ha organizado una proyección en su club de Golf. Por esta regla de tres, recomiendo que también hagamos todos juntos una excursión a su biblioteca y ya de paso le preguntemos por sus películas preferidas, para saber qué libros no leer y de qué películas es mejor mantenerse alejado. No vaya a ser. Mejor ponerse a disposición de los gustos de unos pocos para determinar los propios.

Cabría suponer que con respecto al tema que aborda la película todos estaríamos de acuerdo. El tráfico de personas es terrible, el tráfico de niños es descorazonador. La esclavitud sexual es pura maldad, la esclavitud sexual de niños es infernal. Y una película que se hace eco de esta realidad, que le pone imágenes –aunque se agradecen las elipsis en las escenas más macabras–, que conciencia y emociona al espectador y le hace reflexionar sobre un tema que todos preferiríamos evitar por su terrible oscuridad, debería estar bien. Debería ser bienvenida.

Excepto que no lo es.

Porque el ruido externo es más fuerte que cualquier realidad que muestre la película. He escuchado incluso decir que se debería ver Sound of Freedom teniendo en cuenta el contexto externo y de a quién le ha gustado. Por eso de que es una película de ideología conservadora cuando, en realidad, trata un tema que admite sólo una única postura que nada tiene que ver con la inclinación política, y sí mucho con la decencia.

Hemos llegado a un punto en el que, dependiendo de quién lo cuente o de quién abrace una causa, la realidad objetiva es más o menos terrible, más o menos verdad.

Pero pongámonos en otra tesitura. Digamos que es todo ficción, que no está basada en hechos reales, que la organización de Tim Ballard, en quien se basa el protagonista, no existe. Que él tampoco existe y que Trump no ha recomendado nada. Hagamos a un lado toda la nebulosa en la que se ha visto envuelta la película y preguntémonos, ¿recibiría la misma acogida? Creo que todos intuimos la respuesta.

Porque, aunque sigamos en nuestro mundo imaginado en el que esta película es ficción, la realidad sigue siendo la que es. En el mundo hay tráfico de personas, hay tráfico de niños, pornografía infantil y abusos sexuales a menores. Y no hay que irse hasta la zona rebelde de Colombia para atestiguarlo. Sólo hace falta leer la prensa de estas últimas semanas para ver que el horror no discrimina por nacionalidad.

Ayer fui a ver Sound of Freedom al cine. Y después de debatirme durante dos horas entre las ganas de vomitar y el llanto que inevitablemente le seguía, viví por primera vez cómo, al dar paso a los créditos, la sala se sumía en unos segundos de sobrecogedor silencio para dar comienzo a una explosión de aplausos.

Supongo que a pie de calle y sin tener en cuenta la chifladura mediática que politiza una película cuyo contenido no da pie a ello, la decencia vence a la indignidad.



[ad_2]

Source link