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Lo peor que podría ocurrirnos sería aceptarlo todo. Y vamos camino de ello. Todavía sentimos rechazo ante un titular como el de esta tribuna, voluntariamente provocativo, pero ese rechazo es sólo poderoso en la esfera individual o privada. Porque en la esfera pública, o política, es decir, en las sociedades de las que formamos parte, el rechazo es más bien leve. O algo peor. El rechazo más contundente lo reciben quienes se posicionan sobre ese tráfico.
Estoy pensando en los promotores de Sound of Freedom, película protagonizada por Jim Caviezel, producida por Eduardo Verástegui y dirigida por Alejandro Monteverde, que cuenta la historia real de Tim Ballard, un exagente del Gobierno de los Estados Unidos que toma la decisión de liberar a dos hermanos hondureños atrapados en una red de tráfico infantil en Colombia.
Asistí hace pocos días al preestreno de esta película, que me pareció impecable en todos los aspectos que suelen valorarse. Una historia sólida contada con buen ritmo a través de una trama envolvente, personajes bien desarrollados con actuaciones destacadas y una dirección capaz de crear la atmósfera precisa y poner el énfasis en lo relevante.
«Verástegui enumeró los estudios que rechazaron el proyecto: 20th Century Fox (tras ser comprada por Disney), Amazon y Netflix»
También, por supuesto, el mensaje profundo característico de las buenas películas, clave que hace de esta algo muy especial. La voluntad de concienciar (expresada por el propio Caviezel en un epílogo que discurre paralelo a los créditos de la cinta) sobre este oscuro negocio que puede sobrevivir gracias, precisamente, a una sociedad que cierra los ojos a la miseria humana más siniestra.
Sin embargo, lo que me resultó más asombroso fueron algunos datos que reveló Eduardo Verástegui en el coloquio que siguió al visionado del film. Muy en especial, conocer la odisea que había tenido que superar para poder hacer realidad su proyecto, y la persecución que había sufrido y seguía sufriendo la cinta, incrementada incluso después de haber obtenido un éxito de público apabullante.
Verástegui fue enumerando los estudios que rechazaron el proyecto: 20th Century Fox (tras ser comprada por Disney), Amazon y Netflix, los grandes creadores de narrativas del momento.
Dicho de otro modo. Los gigantes que están cerca de monopolizar lo que puede ser o no ser objeto de debate público no quisieron tener nada que ver con una película que denuncia con seriedad, brillantez y contundencia el principal negocio esclavista del planeta: una industria de tráfico humano que mueve alrededor de 150.000 millones de dólares al año, con más de 1,65 millones de niños (datos oficiales, presumiblemente muy inferiores a los reales) explotados sexualmente en redes de prostitución, pornografía infantil o incluso espectáculos sexuales públicos o privados.
Hoy, la esclavitud no es legal. Pero el número de esclavos que existen en el planeta supera con creces al de cualquier otro momento de la historia.
Estas aberrantes cifras son las que sostienen la película. La importancia, la necesidad de su denuncia, es incontestable. ¿Por qué, entonces, esa persecución? Persecución que se concreta en artículos de prensa, campañas de difamación y falaces medias verdades canalizadas a través de empresas que se dedican a estos menesteres: las denominadas, sin rubor, «agencias de verificación de noticias».
Verástegui reveló asimismo cómo había sido necesario cribar el horror de lo narrado en la película, matizarlo o presentarlo con juegos narrativos de alusión y elusión. Porque presentar la realidad tal cual es hubiera sido insoportable para la audiencia.
Así que, ¿qué puede mover a quienes se posicionan en contra de la denuncia? ¿Qué intereses pueden haber tras aquellos que se consagran a perseguir al abolicionista y mantener al esclavista fuera de la vista del común de los mortales?
¿Por qué es un tema tabú?
Aunque tabú no es la palabra, habida cuenta de que estamos ante un secreto a voces. El secreto a voces mejor guardado de Hollywood, gracias a lo que lo psicólogos llaman primado negativo: películas reveladoras como Miedo y asco en Las Vegas o Eyes Wide Shut, del siempre en la pomada Kubrick, no han tenido otro resultado que el pretendido. Que las peores aberraciones se vayan mostrando de tal modo que la gente las vea sin dejar de comer palomitas.
«El reto es evitar lo que Charles Baudelaire, gran profeta de la modernidad, denominó embotamiento de la sensibilidad»
Quizá esos valores cristianos que vertebran la película («los niños de Dios no están a la venta» es su motivo recurrente) sean una de las razones de su persecución. ¡A los leones con los abolicionistas! Podemos entenderlo: sostener que la verdad no se construye, sino que se descubre, resulta enormemente subversivo en estos tiempos.
También podemos entender otras críticas. Si el «progreso» en la sexualidad infantil viene definido por los documentos oficiales de Naciones Unidas, que instruyen a los educadores para que enseñen a los niños a tener comportamientos sexuales a partir de los cinco años, y a partir de los nueve a conocer y practicar la masturbación y estimulación sexual, calificar esta película de «reaccionaria» es, cuando menos, acertado.
Pero responder cabalmente a estas preguntas está fuera de nuestro alcance y también Sounds of Freedom evita esa espinosa senda, para incidir en lo que sí está en manos del público al que apela de una manera muy directa: tomar conciencia y actuar. El reto es evitar lo que Charles Baudelaire, gran profeta de la modernidad, denominó «embotamiento de la sensibilidad». Sacudir conciencias para superar esa especie de atrofia espiritual a la que nos aboca el nihilismo hegemónico, generador de una demolición sistemática de toda pauta moral.
Ahí radica la fuerza que hace de esta película un fenómeno social. Como dijo Samuel Johnson, «donde la esperanza no existe, no puede existir el esfuerzo». El pesimismo radical no aporta nada si no es como movimiento previo a la ofensiva. La crítica implacable, para ser fecunda, debe ir acompañada de esfuerzos afirmativos. Hay que evitar el encogimiento de hombros nihilista ante lo que de verdad importa y el primer paso es fortalecer la esperanza.
Por oscura que sea la realidad, «mientras haya un ser que acepte la verdad por lo que es y tal como es, la esperanza encuentra lugar». Así lo expresó Albert Camus, y ese es el poderoso mensaje que transmite esta cinta.
Vayan a verla.
*** Pedro Gómez Carrizo es editor.
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