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Fotografía: Alonso Delgadillo

En la Ciudad de México, los jóvenes de estratos populares han sido estigmatizados durante décadas


La estigmatización social de los jóvenes no es algo nuevo, en todas las décadas han existido diferentes razones para estigmatizar a la juventud, ya sea por su forma de vestir o de pensar, explicó Héctor Castillo Berthier, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

De “delincuentes infantiles” a “rebeldes sin causa”: 1954-1968

Las décadas de 1950 y 1960 fueron una etapa muy relevante en el proceso de urbanización en la Ciudad de México, ya que ciertas zonas recibieron un impulso del gobierno federal para ser modernizadas. También en esta época hubo un crecimiento demográfico y aumentó la población joven, señaló Sara Luna Elizarrarás, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).

En estos años hubieron grandes cambios en las prácticas familiares, circularon nuevas formas de pensar el matrimonio, la pareja y la crianza, pero además hubo un incremento importante de mujeres que se sumaron a la fuerza laboral remunerada, detalló Luna.

En los años 50 y 60 del siglo XX se consolidó el ideal aspiracional de la educación, sobre todo la educación profesional, porque se asoció el éxito social al ser universitario. Pero este acceso fue inequitativo ya que no hubieron suficientes planteles, lo que propició la presencia de jóvenes en la calle.

En esta época hubo una transformación en la manera en la que se conceptualizó desde las ciencias sociales este fenómeno, primero se nombraron estos grupos como “delincuentes infantiles”, pero a mediados de los cincuenta el termino se sustituyó por “rebeldes sin causa”.

Este fenómeno se explicaba por los cambios en la familia y las prácticas de esparcimiento; los aspectos socio/espaciales como la estigmatización de las colonias populares; y con los debates especializados que se dividían entre los causales, las prácticas de consumo juvenil, y el tratamiento, la estigmatización diferenciada dependiendo del lugar donde las pandillas operaban era como se les representaba.

Protección en medio de la violencia

La mayoría de los integrantes de una pandilla han sufrido un proceso de desinstitucionalización ya sea en la familia, la escuela o el trabajo. Comparten una socialización en el que el miedo y la vulnerabilidad generan necesidad de confianza, protección, amistad, solidaridad y otras rutinas y ritmos que provee el grupo, explicó Christian Amaury Ascensio Martínez de la FCPyS UNAM.

Estos grupos les proporcionan a sus participantes esquemas para interpretar la violencia, el dolor y el sufrimiento. Hay forma de encontrar hermandad, amistad, de alguien que se encuentra en la misa situación que uno.

El barrio está señalado, no sólo en las paredes, también banquetas y teléfonos. Las otras pandillas conocen estas marcas y viceversa, de esta manera, los espacios controlados por el grupo se sacralizan y se conciben como un pequeño orden social y moral, con reglas y medios para obtener reconocimiento y respeto, añadió el investigador.

La pandilla aparece, a pesar de todo, como un recurso que hay que tener en el barrio como una forma de resistir a todas estas implicaciones.

Barrio que otorga identidad

Sobre las colonias populares de la Ciudad de México se suelen construir estigmatizaciones que las caracterizan como infiernos sociales, señaló Henry Moncrieff Zabaleta de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (FCPyS -UNAM, quien estudió uno de estos espacios para entender cómo se agrupan los jóvenes y construyen pertenencias en territorios periféricos.

En su investigación identificó los arraigos, apegos, afectos, identificaciones y memoria de los jóvenes como elementos para desentrañar todo aquello que les da soporte a su mundo social y vida cotidiana. Es preciso conocer más sobre los vínculos, espacios, movimientos y ambientes donde se sienten seguros, expresó el académico.

El barrio tiene centralidad para los jóvenes, ya que es un medio de socialidad, de identidad y genera efecto de pertenencia. Es una raíz imaginada de cohesión social, no funciona como relación lineal del territorio, no está circunscrito un límite administrativo y puede conectarse además con otras geografías, explicó Moncrieff.

La noción juvenil del barrio desborda asimismo los significados estigmatizados y las miradas exteriores fijas, concluyó el académico.

Investigación social aplicada con jóvenes de barrios populares

En 1987 la Ciudad de México estaba bombardeada por los medios de comunicación en torno a la violencia juvenil y las bandas. Es por esto que, tratando de valorar la situación de los jóvenes de clases populares identificados como bandas y buscando frenar la violencia creciente averiguando los mecanismos que permitieran reintegrarlos a una sociedad que los veía como adversarios, se propuso realizar investigación social aplicada, afirmó Héctor Castillo Berthier.

El proyecto del Circo Volador surgió con el objetivo de lograr un arraigo en la comunidad, no solamente se buscó observar a los jóvenes como objetos de estudio, sino entenderlos como grupos de atención, comentó el investigador.

Cuando se deja de trabajar sobre problemas y se cambia el enfoque a conocer las habilidades y gustos de los sujetos es cuando uno encuentra una variedad de propuestas para trabajar. Se logra un modelo de integración a través de la creación de un lenguaje común, consideró el académico.

El Circo Volador es un ejemplo de que la investigación puede salir de los libros y de la academia, aterrizar y recuperar las calles. Haciendo conciencia para que tenga un impacto mayor no sólo con el grupo de estudio sino con la comunidad, explicó Castillo Berthier.

Esta Conferencia se llevó a cabo el 25 de marzo de 2022, en el marco seminario “Las Pandillas Juveniles desde una Perspectiva Internacional Comparada”, coordinado por Ignacio Cano, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.


Video del evento

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