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Hace solo dos semanas conocí a Mahgul, una niña de 11 años brillante y con muchos proyectos, en una clase comunitaria de un pueblo rural en la provincia de Faryab, en el norte de Afganistán. Ansiosa por compartir su experiencia, Mahgul me contó cómo visitaba su aula casi todos los días mientras estuvo cerrada por covid-19 durante los primeros meses de 2021 y asomaba con ilusión su cabeza. Le pregunté por las dificultades que había encontrado para recibir formación, y me respondió: “El único motivo que podría impedirme estudiar sería que mi padre no pudiera permitirse pagarme los estudios. Quiero ser ingeniera o doctora”.

Empezar el curso escolar era emocionante para Mahgul. Difícilmente podía imaginar que solo una semana después de nuestra conversación, su sueño de ir a la universidad se vería amenazado. En ese momento, las autoridades talibanes de facto anunciaron que el anhelado regreso a clase de las niñas de 7º a 12º grado se aplazaría siete meses tras el anuncio inicial que excluía a las niñas de las clases.

Como consecuencia, se está negando a una generación entera de niñas la oportunidad de desarrollar las habilidades necesarias para labrarse un futuro. A corto plazo, sin duda, van a enfrentarse a niveles mayores de ansiedad y de estrés; los matrimonios infantiles y el trabajo infantil posiblemente aumentarán. Cuando pregunté a los estudiantes qué hacían sus hermanas mayores dado que no estaban autorizadas a regresar a clase, la mayoría me dijo que estaban trabajando. Unicef sabe que, cuanto mayor es el tiempo transcurrido fuera de la escuela, menor es la posibilidad de que esos estudiantes regresen a ella.

En ese contexto de incertidumbre, la mejor manera de apoyar la educación de las niñas es continuar dando apoyo a sus escuelas y maestros, y animar a las comunidades a apoyar la educación de las niñas. Millones de menores en edad de asistir a la escuela primaria –incluyendo aproximadamente 2,3 millones de niñas– han regresado a sus clases. Ellas necesitan nuestro apoyo.

Cuanto mayor es el tiempo trascurrido fuera de la escuela, menor es la posibilidad de que esos estudiantes regresen a ella

La semana pasada, en aras de la solidaridad global, la comunidad internacional sumó fuerzas y comprometió 2.400 millones de dólares (2.215 millones de euros) para los trabajos de ayuda humanitaria a Afganistán. Aunque solo representaba la mitad de lo solicitado, no dejó de ser una demostración de apoyo a toda la población del país afectada por la crisis, especialmente las mujeres y las niñas. Aun así, las necesidades humanitarias sin precedentes, requieren una respuesta también sin precedentes.

El sistema de educación pública de Afganistán está desbordado e infrafinanciado. Se estima que el 49% del presupuesto para educación procedía de ayuda externa ya desde antes de la toma del poder por los talibanes, y las instalaciones de las escuelas requieren reparación.

Un director de escuela que conocí en la ciudad de Maimana, también provincia de Faryab, cuyo centro fue destruido en el conflicto en julio 2021, no tenía idea de cuándo sería reconstruido. Afortunadamente, sus estudiantes pudieron reubicarse en otro. Sin embargo, señala: “No tenemos libros de texto ni suficientes maestros”.

Aunque el horizonte temporal es incierto, no queremos que cuando las niñas adolescentes vuelvan a estudiar lo hagan en escuelas destruidas y con profesores sin preparación. Es importante que regresen a la escuela en condiciones de seguridad y con recursos adecuados. En caso contrario, las familias podrían decidir que la escasa calidad de la educación no merece renunciar a un ingreso.

Mientras tanto, la educación basada en la comunidad (CBE, sus siglas en inglés), un modelo apoyado por Unicef durante más de diez años, ha sido reconocido como una estrategia efectiva para superar las barreras a la educación que afrontan las niñas, dado que la proporciona en lugares a los que llegan caminando desde sus casas y con maestros en los que la comunidad confía. Las clases con este método se imparten en edificios o casas vecinales, a veces en mezquitas, y la media de estudiantes por clase es de 35. Estas escuelas basadas en la comunidad ofrecen a los alumnos la oportunidad de completar sus estudios de primaria y aceleran el aprendizaje para integrarlas eventualmente en la educación pública.

Aunque el horizonte temporal es incierto, no queremos que cuando las niñas adolescentes vuelvan a estudiar lo hagan en escuelas destruidas y con profesores sin preparación

Ya hay 4.351 clases CBE funcionando en el país, desde zonas montañosas y remotas hasta zonas empobrecidas. Durante 2022, Unicef planea establecer más de 5.000 para alcanzar a 175.000 niños. Para conseguir este objetivo, sin embargo, necesitamos apoyo de la comunidad internacional.

También los maestros necesitan apoyo. Desde agosto 2021, los docentes de escuelas públicas no han recibido su salario de manera regular, por lo que muchos se han planteado abandonar la profesión. Para garantizar la continuidad del sector educativo, la organización ha proporcionado ayuda de emergencia en efectivo a 194.000 profesores de la educación pública para enero y febrero, con fondos de la UE. Pero ahora Unicef busca fondos adicionales de emergencia para poder seguir pagando durante el resto del año. Habib Rahman Massoud, un maestro de Afganistán central, habla claro sobre la urgencia de esos pagos: “Si no recibo mi salario, en pocos meses deberé abandonar la profesión y reciclarme como sastre. Necesito dinero para comer y para mejoras en mi casa. Necesito un piso nuevo”.

Si no se aborda la pobreza, una causa fundamental del abandono escolar, es posible que muchos niños no puedan regresar a la escuela, ya que son necesarios para aportar ingresos familiares. Abdul Haq, padre de seis hijos, personifica la lucha que mantienen muchos padres en Afganistán. “Ayer mi hija Hasiba me pidió dinero para comprar artículos de papelería”, cuenta. “Ni siquiera tenía 10 AFN (0,11 euros) para un bolígrafo y un cuaderno; me sentí impotente”.

Todos los días, las niñas y niños en Afganistán se enfrentan a enormes barreras para la educación: la pobreza, la distancia de la escuela, prejuicios de género, normas y prácticas culturales e infraestructura deficiente. Y, ahora, a esta lista de obstáculos se puede unir la discriminación institucional. Estos desafíos son tan abrumadores que puede ser tentador redirigir nuestra atención a otras crisis, o desviar recursos limitados a otras causas.

Los impresionantes avances logrados en los últimos 20 años son una prueba del impulso y la demanda de educación en Afganistán. Para niñas como Mahgul, y millones más como ella, este es un momento crítico. No podemos abandonarlas. Más que nunca, las niñas de Afganistán necesitan saber que no son olvidadas.

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