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Guayabera blanca, pantalones oscuros y mojitos digeridos, los Carmen Mola —Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero— empiezan a destripar desde el jardín del Hotel Nacional de Cuba los entresijos de su nueva novela, El infierno (Planeta), de título y trama dantescos, como todas las historias que han ingeniado hasta ahora camuflados bajo el pseudónimo superventas de la novela negra española. El lienzo de fondo es el infinito Malecón de La Habana, donde emerge una postal decrépita y cautivadora que encadena edificios hermosos comidos por el salitre y casas prácticamente derruidas. La sensación, si se omite el contexto internacional, es que la ciudad estuviese recuperándose de una guerra.

Hablan los tres escritores y guionistas escoltados por dos de los cañones de la batería Santa Clara que en la madrugada del 13 de junio de 1898, pocos días antes del «Desastre», bombardearon al crucero estadounidense USS Montgomery durante el bloqueo de la plaza; y también por unas trincheras construidas durante la crisis de los misiles de 1962 donde se desplegaron defensas antiaéreas enviadas por los soviéticos.

Pero El infierno no está ambientado en estos periodos, sino a finales de los años 60 del siglo XIX, en el Madrid de la sargentada del Cuartel de San Gil —un motín que se registró el 22 de junio de 1866 contra Isabel II y fue duramente reprimido, con 66 sargentos y militares fusilados— en la España de la Gloriosa y en la Cuba colonial y esclavista. En el triunfo de la revolución que terminó expulsando a la reina encuentran los autores similitudes con lo que se vivía en La Habana: los muchos conatos revolucionarios para independizarse dieron su primer fruto en el grito de Yara (1868), cuando Carlos Manuel de Céspedes, el «padre de la patria» cubana, liberó a sus esclavos y se alzó en armas contra los españoles en el ingenio La Demajagua.

Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez en el interior del Palacio de los Capitanes Generales de la Habana.


Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez en el interior del Palacio de los Capitanes Generales de la Habana.

Javier Ocaña

«Ese es el paralelismo entre dos lugares muy convulsos y violentos. A Carmen Mola le gusta la exploración de la violencia y esta lo es por dos razones: el siglo XIX era muy violento y porque también lo era la esclavitud, y a nuestros personajes los metemos ahí», explica Mercero, recordando que España «tiene el oprobio» de ser el último país europeo en abolir la trata de esclavos. Inaugurada con La Bestia, obra ganadora del Premio Planeta 2021, esta es la segunda entrega de una serie de ficción con la que pretenden sumergirse en los conflictos y cambios dramáticos de esta centuria clave en la historia española.

Los dos protagonistas principales de la novela son Leonor Morell y Mauro Mosqueira, una suripanta de éxito y un gallego idealista que desembarcan en Cuba huyendo de sus fantasmas. La que se imaginaban como una sociedad paradisiaca se convierte en realidad es un lugar todavía mucho más oscuro y sangriento. «Para que exista literatura tiene que existir conflicto. A la gente le gusta asomarse al terror en la tranquilidad de su sillón, y nosotros tenemos que buscar esos momentos», dice Jorge Díaz.

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¿La violencia es necesaria para los cambios sociales? «Creo que es una verdad histórica: cuando hay una revolución que supone un cambio de régimen no se va a producir por la bondad de la clase dirigente», responde Agustín Martínez. «Somos gente del siglo XXI que no podemos tener opinión de cómo se arreglaban las cosas en el XIX», esquiva Díaz. Y añade Mercero: «La revolución de hoy en día es feminista y pacífica, las mujeres no han cogido las armas».

Esclavos gallegos

La solemnidad histórica del escenario de la entrevista —el hotel, monumento nacional de Cuba, tiene un hall of fame con fotos de todos los personajes ilustres que han estado ahí, desde jefes de Estado a estrellas de Hollywood— solo la rompen algunas gallinas o pavos reales que pululan por el jardín, y que con Carmen Mola de por medio no extañaría que arrastrasen un dedo cortado o sesos ensangrentados. Esto último es precisamente el ingrediente más macabro de su nuevo thriller: una cascada de asesinatos culminados con la trepanación del cráneo de la víctima, el cerebro manoseado y convertido en amalgama viscosa y coronado por una burda cruz hecha con dos palos finos de madera.

Carmen Mola delante de la catedral de La Habana.


Carmen Mola delante de la catedral de La Habana.

Javier Ocaña

«Esto viene de una hacendada americana, una dueña de una plantación de algodón en Nueva Orleans que se lo hacía a sus esclavos. Luego hay otra parte técnica que proviene de las tribus africanas, donde la trepanación era habitual en esta época con gente que tenía enfermedades mentales», explica Agustín Martínez, el «cruel» del trío, según confiesan ellos mismos. A Jorge Díaz le ha caído la etiqueta del «histórico» y a Antonio Mercero la del «romántico». Aunque en El infierno solo hay pasiones fugaces.

Otro hecho histórico, aunque adaptado a la ficción, tiene gran peso en la novela: el escándalo que se registró en la década de 1850 con la llegada de más de un millar de campesinos gallegos y asturianos a Cuba, seducidos con promesas vacuas por el armador Urbano Feijóo Sotomayor y forzados luego a trabajar como esclavos. Había que buscar soluciones ingeniosas al bloqueo de la llegada de los barcos de africanos a Cuba. En esta época también trabajaron en los ingenios de la isla chinos, llamados culíes, que eran engañados bajo el régimen de colonos asalariados y que se vieron atrapados por las deudas del viaje y su manutención.

Otra imagen de los escritores en el mirador del Cristo de La Habana.


Otra imagen de los escritores en el mirador del Cristo de La Habana.

Javier Ocaña

La esclavitud sería legal en Cuba hasta 1886. «Los españoles tenemos que estar un poco arrepentidos de nuestra historia», entona Jorge Díaz. «Hubo muchas fortunas españolas que basadas en este negocio; de hecho, Isabel II tenía intereses en el mercado de esclavos cubano. En 1812, que tenemos como el colmo de la democracia, muchos de los diputados que aprobaron la Constitución iban con sus esclavos. En España ha habido una relación con la esclavitud un poco de miramos para otro lado y decimos que no somos nosotros, pero sí lo somos», sentencia.

«Parece que solo hablamos de la Inquisición. Aunque haya sido más dura en otros países, la asignación histórica es en España. Y ese relato no nos importa ir a por él. Pero la esclavitud es otra lacra histórica española«, añade Mercero. Y puntualiza Martínez: «El cine y la literatura anglosajonas han generado mucha ficción sobre este tema, sin embargo, a nosotros no nos ha interesado o no hemos querido mirar ahí».

El debate se encarga de cerrarlo Mercero cuando el horizonte asoma negro y avisa tormenta: «No sé si hay que hacer una reflexión o pedir perdón por los atropellos históricos o por haber tenido esclavos, colonias o haber participado en el exterminio de indígenas. Lo que creo es que no hay que escurrir el bulto ni evitar el tema a la hora de construir historias de ficción, no hay que sentir que es un tema tabú o prohibido. La historia de España es muy rica en un montón de casos y nosotros estamos contando la esclavitud en Cuba, pero también que La Habana era un lugar esplendoroso y otras muchas cosas. No enarbolamos banderas ni hacemos tesis en las novelas, no estamos insinuando que España tenga que pedir perdón».

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