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“Yo no tengo corazón para tener a alguien privado de libertad”. Cuentan las crónicas que Pedro de Guzmán y Pacheco, XIV duque de Medina Sidonia, contestó así a su madre cuando esta le ofreció una joven esclava negra como regalo. Hoy parece una respuesta lógica, pero en el siglo XVIII era extemporánea tanto en el tiempo que le tocó vivir al noble como en la ciudad en la que tenía uno de sus palacios, Sanlúcar de Barrameda, tan acostumbrada de antaño a la presencia de esclavos que hasta un marinero podía permitirse tener uno.
La esclavitud en España pasó de la normalización al silencio y después al olvido. Sin embargo, movimientos sociales como el #BlackLivesMatter han removido conciencias y provocado un cambio en la forma en que miramos los monumentos históricos y nos invitan a poner sobre la mesa un pasado no siempre tan brillante como su arquitectura. En nuestro país muchos de estos edificios están relacionados directa o indirectamente con la trata de esclavos o con los negocios que florecieron gracias a la mano de obra esclava. Los herederos de este legado han sido en ocasiones los principales interesados en reconciliarse con su pasado.
Ya entonces la aparente concienciación de Pedro de Guzmán no oculta que parte de la fortuna de esta influyente familia vino del ingente tráfico esclavista que se vivió en el sur peninsular entre los siglos XV y XVIII. Los Medina Sidonia “usaban esclavos, aunque ellos mismos no traficaban”, explica Liliane Dalhman, historiadora, presidenta de la Fundación Medina Sidonia y viuda de la XXI duquesa, Luisa Isabel Álvarez de Toledo. Tampoco lo necesitaban. El enriquecimiento vino por la alcabala, un impuesto por el cual la casa se quedaba el 10% de cualquier venta que se produjese en su jurisdicción de Sanlúcar en un momento, el siglo XV, en el que el Guadalquivir era uno de los puntos centrales del comercio esclavista mundial, gracias a su posición geográfica privilegiada. Solo por la ruta atlántica, desde África hasta América, llegaron a trasladarse forzosamente a unas 12 millones de personas entre los siglos XVI y XIX.
El historiador Antonio Moreno Ollero está acostumbrado a encontrar en el valioso archivo de la Fundación Medina Sidonia multitud de referencias a los esclavos que vivían en el palacio. “Llegó a tener 50 hombres y mujeres”, cuenta el experto. Todos ellos atendían una opulenta residencia que hoy en día se conserva casi intacta, gracias a la cuidadosa restauración acometida por Luisa Isabel Álvarez de Toledo. El edificio es una rara avis para el estilo arquitectónico que se espera de un palacio sevillano (de planta cuadrada o rectangular, con un gran patio central, abierto y porticado, en torno al cual se articulan las estancias y jardines traseros). Este “se levantó en el siglo XV sobre un antiguo alcázar musulmán que condiciona la distribución”, explica Moreno.
La actual sede de la Fundación Medina Sidonia se erige de forma longitudinal sobre la parte alta de Sanlúcar. Con las rentas que obtenían, entre ellas las de la alcabala, se levantó tanto este edificio, como el que la familia tuvo en Sevilla, hoy desaparecido, en la actual plaza del Duque. La última gran obra del edificio de Sanlúcar es el fastuoso Salón de Embajadores, levantado en 1640. La sala conserva el techo de yeso con las armas del duque. “Sirve para distribuir dependencias”, describe Liliane Dalhman, actual moradora del palacio, de ahí sus seis puertas.
Sevilla: Pedro de Morga, el negrero receptor de la Inquisición
Con sus impuestos –que cesaron con el fin de su jurisdicción en Sanlúcar en 1645–, los Medina Sidonia se convirtieron, según cuenta Dalhman, en el punto de unión de dos ciudades, Cádiz y Sevilla, dedicadas al comercio de ultramar entre los siglos XVI y XVIII, en las que pocos eran los comerciantes que no estaban vinculados a la venta de esclavos. Catalanes, vascos, cántabros, asturianos o riojanos. Muchas de las grandes fortunas que se levantaron sobre la trata ejercieron su actividad comercial en Cádiz y Sevilla.
En la capital andaluza, la primera en despuntar en los intercambios con América, el banquero vizcaíno del siglo XVI Pedro de Morga destaca de entre todos aquellos que hicieron fortuna con el tráfico de personas, tal y como apunta el historiador vasco Javier Ortiz, autor de la tesis La comunidad vasca en Sevilla y la trata de esclavos (siglo XVI).
“A ver quién se arriesgaba a llevarse mal con esa persona”, esgrime Ortiz. Comerciante y receptor de bienes de la Inquisición –»era quien confiscaba las propiedades a los condenados»–, De Morga llegó a hacerse con varias fincas contiguas en el sevillano barrio de Santa Cruz. Una de ellas ha llegado hasta hoy con sus rasgos de palacete renacentista prácticamente intactos e integrado en la clausura del convento carmelita de San José desde 1576. Santa Teresa de Jesús compró a De Morga el edificio, del que destaca su patio de dos plantas con esbeltas columnas y sus artesonados mudéjares.
Más rural es el estilo de la Hacienda de Bertendona, que adquirió en Dos Hermanas Jimeno de Bertendona, socio de De Morga. “Muchos de los que hicieron fortuna con el comercio de esclavos fundaron después mayorazgos”, cuenta Ortiz. La hacienda, con un patio grande pavimentado con cantos rodados, se destinó al almacén de aceitunas, según la descripción de edificios singulares del ayuntamiento.
La tipología de casa-palacio sevillana de De Morga fue la que el comerciante gaditano adaptó para sí cuando tomó el testigo como potencia del comercio de ultramar, a partir del traslado a Cádiz de la Casa de la Contratación en 1717.
Cádiz: los nobles que morían pobres
De los burgueses gaditanos dedicados al comercio con las Indias se decía que se pasaban buena parte de su vida persiguiendo vivir bien y hacerse con un título nobiliario, pero que acababan muriendo pobres. En ese anhelo, el empresario de Cádiz construyó notables palacetes neoclásicos de hasta cuatro plantas en las que la planta baja y la entreplanta se dedicaban a mercancías y oficinas, la principal se destinaba a las estancias nobles y la superior y la azotea, al servicio. Muchas de estas casas, tal y como quedan descritas en Cádiz: guía artística y monumental, de los hermanos Alonso de la Sierra, estaban coronadas de torres-miradores, esbeltos salientes que servían para controlar la entrada y salida de barcos desde el puerto.
El mobiliario, en buena parte de caoba americana, habla de ese hedonismo que sorprendía incluso a los nobles venidos de Madrid, como recuerda en sus memorias el político del XIX Antonio Alcalá Galiano. Todo ese esplendor era evidente en grandes fortunas como las de Pedro Colarte, un comerciante de origen flamenco, que falleció en 1701 con una inmensa herencia, en la que se contaban 15 fincas y siete esclavos “con edades comprendidas entre los 14 y los 60 años”, como recoge su testamento.
El comercio de personas en el Cádiz de esos años conecta a diversas personalidades. “Quien más o quien menos, muchos estaban relacionados”, apunta el historiador Arturo Morgado. Así es como se cuela el nombre del marquesado de Purullena en la fundación de la Compañía Gaditana de Negros, creada en septiembre de 1765, primera sociedad de este tipo surgida en España. Aunque siete años después fue a la quiebra, sus escrituras sirven para saber que José Ortuño, sobrino del VII marqués de Purullena y consorte de la única hija de este, se embarcó en tal empresa.
El palacio de los Purullena, en El Puerto de Santa María, sigue siendo hoy una de las muestras de arquitectura doméstica más sobresalientes de la localidad. El VII marqués, Agustín Ortuño-Ramírez, fue el responsable de adquirir el edificio a los anteriores propietarios y darle la apariencia actual. “Es uno de los pocos palacios que tenían una decoración rococó tan exuberante”, recuerda el historiador local Miguel Ángel Caballero.
Los descendientes, entre ellos su sobrino e hija, mantuvieron y ampliaron el patrimonio de esa casa, que, como toda vivienda de comerciante que se precie, se articula en torno a un patio abierto del que parte una gran escalera –en este caso, de estilo imperial–, tan espacioso como para ser útil a la entrada y salida de mercancías, tan lujoso que pudiese servir para recibir a un embajador.
Cantabria: de Antonio López al omnipresente marqués de Comillas
Ya en el siglo XIX –ilegalizado el tráfico de esclavos en España, aunque no la esclavitud, a partir de un acuerdo con Reino Unido en 1817–, el cántabro Antonio López y López terminó eligiendo Cádiz como sede de operaciones para incrementar su fortuna y hacerse un nombre a su regreso de Cuba. La historia de este conocido esclavista tiene varias versiones, según apunta el historiador de la Universidad Pompeu Fabra especializado en la esclavitud en el siglo XIX Martín Rodrigo y Alharilla. “Su madre enviudó cuando sus hijos eran pequeños, lo que induce a pensar que creció con pocos recursos económicos”, explica. “Pero cuando Antonio se encontraba en Cuba y aún no era un rico empresario, su hermana se casó con un notario en Comillas, lo que a la gente del pueblo le hace sospechar que en realidad tenían una buena situación”.
Al morir su marido, Antonia López de Lamadrid se empleó como limpiadora en la casa de una familia potentada en Comillas, los Fernández de Castro. Según el archivo de esta familia, Antonio López se embarcó de urgencia a Cuba tras verse envuelto en una reyerta callejera. “O también pudo ser para evitar el servicio militar”, matiza Rodrigo y Alharilla. Cuentan las crónicas de la época que Antonio López malvivía con los ingresos de un baratillo que había montado en Santiago de Cuba, hasta que se prometió con la hija del propietario del local que alquilaba, un catalán de dinero. De modo que “entre la dote de la joven Luisa Bru Lassús y la inversión de su suegro en el negocio, la economía de Antonio López comenzó a despuntar”.
La boda se celebró en Barcelona, donde, al poco, compró en la Rambla el Palacio Moja, una casa señorial de estilo neoclásico. Este edificio del arquitecto José Mas Dordal, autor también de la basílica de La Merced, se convirtió en la casa familiar hasta que se terminaron las obras, a pocos metros, del majestuoso palacio colonial que Antonio López encargó al arquitecto Oriol Mestres. Años más tarde, la familia decidió transformar el edificio en la sede de la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Hoy lo ocupa el lujoso Hotel 1898.
En Cádiz comenzó con una compañía naviera que cubría la ruta Cádiz-Marsella, que con la guerra de África (1859-1860) se transformó en la compañía oficial para llevar el correo y pertrechos a las Antillas españolas. El Banco de Crédito Mercantil, el Banco Hispano Colonial, la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte, la Compañía Trasatlántica Española, plantaciones de tabaco en Cuba y en Filipinas y, por supuesto, esclavos… La reputación de Antonio López y López crecía al ritmo de sus negocios y Alfonso XII le otorgó el título de marqués de Comillas, con estatuas en su honor en Cádiz, Comillas y Barcelona (el ayuntamiento de Ada Colao la retiró en 2018).
Además del patrimonio arquitectónico que dejó en Barcelona (promovió también la urbanización del Ensanche), el marqués se construyó en su ciudad natal el Palacio de Sobrellano, una fantasía neogótica de aires venecianos del arquitecto historicista catalán Joan Martorell, con muebles de Antonio Gaudí y Eduardo Llorens y esculturas de Joan Roig.
A 60 kilómetros, en Santoña, construyó su palacio Ángel Bernardo Pérez, marqués de Manzanedo y duque de Comillas, “amigo de la infancia de Antonio López, que también se dedicó al comercio de esclavos”, según revela Rodrigo y Alharilla. “Fue el primer presidente de la Cámara de Comercio de Santander y montó una naviera que se llama Pérez y García, que aún funciona”.
El palacio de Manzanedo, del arquitecto Antonio Ruiz de Salces, es uno de los centenares de ejemplos de arquitectura indiana que se extienden por la cornisa cantábrica. De planta casi cuadrada, estilo neoclásico y con su característica palmera en la entrada, el de Santoña era el palacio de veraneo de la familia, que se estableció en Madrid a su regreso de Cienfuegos (Cuba) en 1853, donde Manzanedo fue el principal promotor de la Puerta del Sol y del barrio de Salamanca.
La misteriosa fortuna de los indianos de Asturias
Poco se sabe de la relación de sus vecinos asturianos con la esclavitud, pese a la proliferación de palacios de indianos, símbolo de las fortunas hechas desde cero en Cuba. “Es un aspecto que hemos estudiado poco en Asturias”, admite el historiador Francisco Erice, autor del libro Los asturianos en Cuba y sus vínculos con Asturias. “Es posible que muchos de los indianos adinerados tuvieran esclavos, pero no se sabe cuántos ni quiénes”.
El archivo de indianos situado en La Quinta Guadalupe, en Colombres, tampoco guarda ninguna documentación que relacione la emigración asturiana con la esclavitud. “Estaba la compañía Noriega, Olmos y Cía., del empresario asturiano José Noriega y su socio Francisco Olmos”, apunta Martín Rodrigo y Alharilla. N.O.C. dirigía La Compañía Territorial Cubana y fueron de los mayores accionistas fundadores del Banco Español de la Isla de Cuba. Pero la crisis de 1857 llevó a la empresa a la quiebra y la pista de Noriega se pierde desde ese momento.
Más conocida es la historia de los marqueses de Argüelles y de Argudín. En 1864, José Antonio Suárez Argudín, un funcionario colonial nacido en Cuba pero cuyo padre había nacido en Soto del Barco, fue acusado de apropiarse de 140 “negros bozales” de un alijo ilegal. Asegura Erice en su libro que Argudín llegó a merecer el “poco honroso título del mayor traficante de esclavos del mundo”. Llegado a España construyó su palacio en la calle Goya de Madrid.
Ramón de Argüelles, gran propietario de esclavos y tratante, acabó siendo un reconocido empresario en La Habana, con tantos títulos que lograron tapar su pasado negrero. El palacio de la marquesa de Argüelles en Llanes guarda ese estilo colonial neoclásico de los palacios indianos.
País Vasco: Zulueta, el negrero más importante de Cuba
“El legado arquitectónico relacionado con la esclavitud en España viene sobre todo de la inmigración de retorno de Cuba en el siglo XIX”, explica Rodrigo y Alharilla. Son estas fortunas las que sembraron de escuelas, hospitales y obras de beneficencia el norte de España.
El ejemplo más grandilocuente es la Universidad de Comillas que Antonio López donó a la ciudad. Pero hay muchos más. Como el Hotel Portugalete u Hotel del Puente colgante, que legó el empresario vizcaíno Manuel Calvo y Aguirre a la ciudad de Portugalete para que con sus beneficios se alimentara a los pobres. Calvo llegó a ser vicepresidente de la Compañía Trasatlántica Española del marqués de Comillas, con quien trabajó también en el Banco Hispano Colonial.
La relación del portugalujo con la esclavitud queda reflejada en el Diario de la Marina, según indica Jon Ander Ramos Martínez en su trabajo Manuel Calvo y Aguirre, una eminencia en la sombra: “Poniendo a uno sobre otro, hombro y pie, los negros importados por Calvo de la costa de África […] pasarían el límite de la atmósfera terrestre”. Calvo formó parte de la delegación cubana de la Junta Protectora de Inmigración (pónganse todas las comillas a “Inmigración”, en un momento en el que el comercio de personas empezaba a estar mal visto).
Aunque “el negrero más importante de Cuba”, señala Rodrigo y Alharilla, “fue el alavés Julián Zulueta y Amondo”, alcalde de La Habana y marqués de Álava, quien aprovechó su cargo para lucrarse con sus negocios privados. De aquella fortuna que amasó con el tráfico de personas queda en Vitoria el palacio Augustin-Zulueta, un edificio de estilo ecléctico declarado en 1962 Monumento Histórico-Artístico, que se construyó para el matrimonio formado por su hija Elvira Zulueta y Ricardo Augustín, y hoy convertido en Museo de Bellas Artes, en el que además se hacen representaciones de la vida del negrero Julián Zulueta.
Desde su hangar en el puerto de La Habana envía a España azúcares y otros productos de ultramar; de regreso, mercancías provenientes de Europa y de África. Cuando se trataba de personas, el desembarco se producía al abrigo de la noche.
Temerosos por un comercio de personas que ya se acababa, otros muchos de los españoles en las colonias decidieron regresar a lugares de industria pujante, como Cataluña, para invertir el dinero ganado en sus campos de azúcar o algodón, mantenidos con mano de obra esclava.
Cataluña: la cara B del desarrollo industrial
El marqués de Comillas fue solo uno de los potentados negreros que destacaron en la sociedad catalana moderna. La región se convierte en uno de los ejemplos de la importancia que España adquirió en el tráfico de personas en el siglo XIX, después de que Inglaterra lo prohibiera en 1807 y comenzara a presionar internacionalmente para evitar este comercio. “En teoría, en 1817, los españoles ya no podían traficar. Las autoridades lo encubrían con supuestos barcos de vacío o que salían a otros destinos. Descargar 400 esclavos sin que nadie se dé cuenta no es fácil”, asegura Gustau Nerín historiador especializado en el colonialismo español en África.
Aunque los estudios de Nerín y otros expertos han arrojado mucha luz a la trata de estos años, el también antropólogo cree que aún hay mucho margen para nuevos descubrimientos: “Sabemos que el tráfico de esclavos influyó en el urbanismo de las ciudades españolas. Pero es arriesgado decir aún que tuviese un gran impacto”. Lo que el historiador da por seguro es que se dejó sentir en barrios barceloneses como el Eixample, donde notables comerciantes adquirieron o promovieron la construcción de decenas de edificios, como es el caso del cántabro Antonio López o de la familia Goytisolo, ascendientes de los escritores.
No está claro que la familia Goytisolo se dedicase al tráfico de esclavos, apunta el historiador Martín Rodrigo y Alharilla, “pero sí se sabe que tuvieron centenares de ellos trabajando en las fincas de azúcar”. A su regreso a España, el patriarca no quiso recalar en Lekeitio, de donde era natural. “Su descendiente, el escritor Juan Goytisolo, dijo que fue porque era hijo bastardo de un carpintero del pueblo”. Así que se instaló en Barcelona y, “en un momento determinado, fue el principal propietario del Ensanche. En la ciudad dejó dos edificios, uno en la calle Pelayo y otro en el número 46 del Paseo de Gràcia”.
Los Goytisolo emparentaron con los Taltavull, una familia de origen menorquín con negocios en Cuba, entre ellos plantaciones de azúcar en las que trabajaban esclavos. El matrimonio, abuelos del escritor, se construyó un palacio morisco en el Eixample, que ya no existe, para el que según el autor de Los Goytisolo, Miguel Dalmau, se inspiraron “lejanamente en el modelo de la Alhambra de Granada”.
Sí se mantiene en pie el Palacio Güell, que mandó construir Eusebi Güell i Bacigalupi, mecenas de Gaudí e hijo del empresario y político Joan Güell i Ferrer, vinculado a la trata en la investigación Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX). Eusebi Güell se casó con Isabel López Bru, hija del marqués de Comillas, un matrimonio que prueba la relación que los grandes esclavistas españoles en las colonias mantuvieron a su regreso a España, cuya fortuna permitió vivir a generaciones enteras.
También han quedado las promociones inmobiliarias de Josep Xifré, que desembarcó en la plaza de Palau para construir un imponente conjunto de cinco edificios recorridos por una zona baja porticada, en una manzana conocida hoy como la Casa Xifré o Los Porxos d’en Xifré. Las representaciones del Comercio, la Industria, la Marina, Mercurio, Neptuno y América decoran una fachada coronada por un reloj. Aunque el exterior que da a la plaza y al paseo Isabel II tienen un aspecto homogéneo, su interior está compartimentado como casas independientes.
Mientras Xifré levantaba su inversión inmobiliaria procedente del dinero negrero, los hermanos Vidal-Quadras –ascendientes del político del PP catalán Alejo Vidal-Quadras– hicieron lo mismo en 1839 con idéntico origen de su liquidez. Escogieron también el paseo de Isabel II para levantar una manzana entera proyectada por Antoni Rovira Riera, en la que también siguieron el esquema compositivo de pórticos, en los que ubicaron la sede de su Casa de Banca.
Los Vidal-Quadras invirtieron parte de su patrimonio en Sitges. Es en estas zonas de la costa donde las fortunas indianas –con dinero procedente del mercado negrero o no– dieron más rienda suelta a la exportación de elementos de la arquitectura colonial, bien sea en la reforma de casas existentes o en levantar edificios de nueva planta. En zonas urbanas como Barcelona se dejaron influir por corrientes neoclásicas, modernistas –las mayoritarias– o novecentistas, la suma de las dos anteriores. Bien de una forma más profusa o recatada, tanto las fincas costeras como las urbanas, destacan por sus fastuosas escaleras y por murales que, en no pocas ocasiones, rememoran escenas del Caribe, como playas paradisíacas o jardines y plantas exóticas, como explica la Red de Municipios Indianos de Cataluña.
Es en estas 11 localidades o en la misma capital donde aún queda mucho por estudiar de la vinculación entre estos indianos y el origen de su fortuna. “Focalizarlo en una persona es como buscar un chivo expiatorio para no culpabilizar al resto cuando había una connivencia masiva. Parecía que era un tema intocable, pero ahora hay interés. Estas investigaciones deben ir asociadas a una reflexión colectiva y vinculada a los derechos de la alteridad”, reflexiona Nerín.
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